miércoles, 28 de agosto de 2013

Secuencias matutinas

Mérida, 7:57 horas, en la puerta de la oficina. En las mañanas de finales de agosto el sol está perezoso; quizá, cansado de tanto tostar cuerpos y dorar campos de cereal, ansía el descanso otoñal. A las ocho de la mañana sus rayos aún no han acabado de romper la penumbra en las calles.

Una rutina gris con olor a sábanas y café con leche parece envolver a los pocos transeúntes que tímidamente van despertando la calle.

Setenta y tantos años de trajín envueltos en una piel que no los disimula pasean un yorkshire. Unas barras de pan cruzan la calle abrazadas por un bata de guata. Un motor se queja y unos pasos rápidos caminan hacia alguna oficina. Una mirada que parece contar las baldosas de la acera camina bajo un pelo que se acuerda de la ducha. Una secuencia con pocas variaciones. Habitantes de una calle que despierta con movimientos ensayados.

A veces la secuencia se altera.

Un movimiento fluido, silencioso, limpio: una mujer, cuarenta y pocos años bien llevados sobre una bicicleta; tres o cuatro metros, una niña pedalea; apenas dos metros, un hombre también pedalea y tras él, en un transportín, otra niña, más pequeña.

A veces la secuencia se altera. Y se altera con una canción alegre y limpia. Con una canción que tiene letra de futuro, de un futuro mejor. De un futuro que habla de ciudades con otro guión. De calles con una secuencia con más color y menos gris.


Buenos días.

lunes, 26 de agosto de 2013

Hacer de la crisis oportunidad (o espectáculo)

Me había impuesto la tarea, dura, de ver el primer programa de “Entre todos”. No defrauda: sus señas de identidad son el peor estilo, el morbo y la caridad disfrazada de solidaridad.

Que una cadena de televisión emita programas de dudoso gusto y calidad mediocre no es novedoso, pero que la televisión estatal produzca este programa es ¿indignante? ¿inadmisible? Podrían ser muchos los calificativos. A mí me parece, simplemente, grave.

Una cadena pública, es decir, del Estado, es decir, de todos los españoles, no puede convertir en espectáculo la desgracia de los ciudadanos. Y mucho menos cuando esta desgracia no es fruto de una catástrofe natural sino de la gestión económica de sucesivos gobiernos, por acción o por omisión. Pero el análisis de la crisis económica no es el objetivo de este post.

Tampoco la bonhomía de los ciudadanos debería ser espectáculo. No al menos en este contexto.

“… para dar de comer a sus hijos…”, “…todos tenemos derecho a trabajar…”, “… gente que no está acostumbrada a pedir pa comer…” son algunas expresiones que hemos escuchado a la presentadora.

En el programa de hoy se “ha conseguido” financiación para emprendedores. Se ha conseguido trabajo y se ha conseguido una silla ortopédica.

La financiación es responsabilidad de los bancos (rescatados con dinero público). El trabajo es un derecho constitucional y existen servicios públicos de empleo. Y una silla ortopédica o una ayuda para su adquisición es un problema de bienestar social o de salud pública.

Las donaciones proceden en su mayor parte, si no en su totalidad, de personas de clase media con mayor o menor poder adquisitivo. Las mismas personas que aportan la mayor parte de la recaudación fiscal española son quienes, bienintencionadas, emocionadas por el tono sensiblero y morboso, además de casi circense, de la presentadora (o del guionista) realizan sus aportaciones para cubrir responsabilidades del Estado y, por delegación, del Gobierno. El mismo Gobierno que regenta esta cadena de televisión. (Mientras, las exportaciones aumentan, el consumo de bienes de lujo aumenta y las grandes fortunas, también… suma y sigue).

Y me queda una duda: la selección.

¿Se seleccionan las personas con mayor espíritu emprendedor, con la mejor idea de negocio? ¿Las más necesitadas? ¿O las que mejor juego televisivo pueden dar?

En cualquier caso, aclaro: ni critico a quienes acuden al programa ni a quienes donan. Todo lo contrario, vayan mis mejores deseos de éxito para ellos. Para ellos y para todos los que están en situaciones similares.

Hacía tiempo que la televisión estatal no ofrecía un espectáculo tan lamentable y tan reprobable desde la ética política.

Finalizo con la palabra que también podía haber sido el título de este post: vergüenza.

viernes, 23 de agosto de 2013

Lo que es en sede

Escuchaba ayer un boletín de noticias en la radio: “… debe declarar en sede judicial”. La sospecha se confirma. Desde hace algún tiempo vengo escuchando el interés que algunos políticos tienen porque otros, del partido contrario, comparezcan en “sede parlamentaria”. La noticia que cito al principio y que habla de “sede judicial” confirma mi temor: estamos ante una nueva expresión de moda.

Qué ganas de complicar lo sencillo.

¿No será más importante la institución o la persona o personas ante las que hay que declarar o comparecer?

¿No será más sencillo (y con mayor significado) hablar de “comparecer ante el Parlamento” o “en el Parlamento”; “declarar ante el Juez” o “en el juzgado”?

A uno,  que peca de simplón, la sede le importa más bien poco, sin embargo el señor juez sí que le impone respeto. Y qué decir del Parlamento… el hemiciclo repleto de sus señorías, es decir, el Parlamento como institución sí que impone ¿no?... pero la sede… en la sede están los pasillos, el bar, incluso los aseos (aunque a veces haya más señorías en estos lugares que en el hemiciclo, pero eso es otro asunto).

Y para redondear la faena, nos comemos el artículo. No, "en la sede...", no: "en sede" queda más in.

Probablemente el inventor de la expresión y los que, posteriormente y para no ser menos, han decidido utilizarla no se hayan planteado los vericuetos semánticos en los que hoy me ha dado por perderme. Probablemente no se hayan planteado que es más importante la institución que el local donde se ubica. Probablemente ante la falta de contenido o de novedad, el inventor ha buscado una floritura con la que adornar su reiterativo e insulso discurso o tal vez, simplemente, ha pretendido ser original. Tras él, la prensa. La prensa siempre dispuesta a mimetizarse con todo tipo de jergas profesionales en lugar de ser traductora de las mismas y aportar claridad y corrección lingüística al mensaje. Y así se acuña la nueva expresión. Así ha sucedido con muchas.

Una lengua es algo vivo, evoluciona y no se trata de cerrarse a nuevos términos. Pero de ahí a propiciar y colaborar en el uso de expresiones que, en lugar de aportar, enmarañan, va lo que es un trecho. Porque si se han dado cuenta, ya no hay trechos: hay lo que son trechos.

Un buen amigo me decía: “las cosas ya no son, ahora, las cosas son lo que son”. Y no es un trabalenguas. Desde hace algunos años se ha implantado de forma indiscriminada el uso de “lo que es”: un circunloquio que solo aporta complejidad al mensaje. Con poco que prestemos atención escucharemos infinidad de “lo que es”: “llegaron a lo que es la estación”, “lo que es la ciudad está más limpia”. Con lo fácil que es decir “llegaron a la estación” y “la ciudad está más limpia”.

En fin… si algún día coincidimos les invitaré a tomar lo que es un café en sede familiar porque tomar un café en mi casa es muy vulgar ¿no?

miércoles, 21 de agosto de 2013

Apuntes de unas breves vacaciones pirenaicas (I): La Carmela o La Olla Aranesa y la honestidad

Un angosto valle de montaña a mil trescientos metros de altitud y rodeado de cumbres de más de dos mil metros puede ser, sin duda lo es, uno de los mejores lugares para alcanzar la paz, pero no es el mejor para que las conexiones de internet trabajen con fluidez. En parte, puede que lo primero sea consecuencia de lo segundo.

Tenía pensado escribir algunas entradas en este recién estrenado cuaderno desde el porche de la tienda de campaña. Me parecía un buen escenario para alejarme del tono con el que he iniciado el blog, pero la tecnología y la montaña no hacen buenas migas y he tenido que tirar de libreta y bolígrafo –tampoco está mal recordar los orígenes-. Comienzo pues a transcribir y compartir algunas notas tomadas hace un par de semanas al arrullo del río Escrita en el corazón del Pirineo catalán.

Y ya que he citado las migas: si la tecnología y los montes no las hacen buenas, no es el caso de la gastronomía que grandes páginas escribe en los pequeños pueblos sometidos a los rigores del clima de montaña.

La Carmela o La Olla Aranesa y la honestidad

A veces la honestidad, lo humano, la tradición y los sabores se concentran en un mismo recipiente. Es alquimia: no la que busca la piedra filosofal, sino la que busca reconfortar los espíritus -y los estómagos-. La alquimia que mezcla la ciencia coquinaria con lo humano y, quizá, lo divino. Así es la Olla Aranesa (sí, con mayúsculas, aunque no sea nombre propio) de La Carmela.

A menos de un kilómetro de Salardú, en el Valle de Arán, se encuentra Unha. Una estrecha carretera y un puente que cruza el río Unhola conducen a una casona fortificada del siglo XVI que nos da la bienvenida a las pocas calles que conforman el pequeño pueblo. Al pie de la iglesia románica, situada en un alto, está “Es de Don Joan – Casa Carmela”. Un restaurante más de los varios que hay en el lugar. Para mí no es uno más.

Recuerdo la primera visita, hace algo más de quince años. Un buen amigo me lo recomendó y me dijo: “Pregunta por Carmela. Dile que vas de mi parte. No leas la carta y dile que ella haga…”. Y ella hizo. La gran humanidad de aquella afable mujer comenzó a moverse y aparecieron los patés cocinados en la casa, el puchero de barro repleto de olla aranesa, la trucha, el civet (estofado) de ciervo, el de jabalí, las frambuesas con nata, la crema catalana, los licores de elaboración propia… Y cuando uno creía que había sobrepasado el límite de su capacidad de ingestión, reaparece Carmela: “No te irás sin probar mi flan de huevo”. El flan merecía una ovación y además descubrí una nueva dimensión de la elasticidad de las paredes del estómago.

Desde entonces he vuelto en varias ocasiones. Siempre la misma calidad y generosidad. Aunque, por prudencia, en las siguientes ocasiones no delegué en Carmela la elección de los platos.

Y este verano hemos vuelto. Carmela ya no está en el restaurante: problemas de salud se lo impiden, nos informa su hijo. La calidad se mantiene, la calidez del trato, también. Se agradece y mucho cuando un restaurante mantiene sus características sin defraudar las expectativas del comilón recurrente. Y mucho más cuando, además, se observa cómo el relevo generacional asegura la pervivencia del buen hacer.

Iniciaba este post con la palabra honestidad. Honestidad, del término latino honestĭtas, es la cualidad de honesto. Así, hace referencia a lo que es decente, decoroso, recatado, pudoroso, razonable, justo, probo, recto u honrado, según expresa el Diccionario de la Real Academia. Y es que la Olla Aranesa bien podría merecer todos los calificativos: sin estridencias, de forma recatada, casi con pudor, conjuga sus legumbres, verduras, pastas y butifarras ofreciendo así un caldo ligado que hace justicia a la excelencia de todos sus ingredientes sin anteponer unos a otros. La honradez la aporta quien la elabora que, en La Carmela, es sin duda, honrado, además de decente y recto en la administración de los productos, sus calidades y sus tiempos de cocción. Sin embargo no es tan razonable en el tamaño de la ración… que bien podría saciar el hambre de dos o tres comensales.

Quizá la crisis, la tan mencionada crisis económica (o política o moral o todo ello) que nos afecta, también haya afectado a La Carmela: una carta que me parece algo más reducida, dos menús generosos, precios más bajos y la misma calidad: honestidad.

Y volviendo a La Olla, ésta es pariente cercana de la escudella. Guisos ambos que, si hablásemos de una taxonomía gastronómica, pertenecen al tronco de los cocidos, ollas, pucheros y potes. Ese catálogo de guisos: potes gallego o asturiano, fabada, olla podrida, cocidos maragato, extremeño o madrileño y tantos otros que, en tiempos no muy lejanos, ha supuesto el sustento, muchas veces diario, en tantos lugares de España. Legumbres, algún producto de chacina, alguna verdura de temporada, lo que había al alcance de la mano y de la economía, inteligencia y honestidad son sus ingredientes. Origen de un buen número de joyas gastronómicas con sabor a hogar y a historia.

Guisos honestos.

¡Y que un país que ha engendrado en sus fogones tales guisos esté viendo lo que está viendo!

sábado, 3 de agosto de 2013

Y otra vez el FMI


Mapas, linternas, bastones de trekking, botas… Último -seguro que más bien será penúltimo- repaso a la lista de material. Por fin esta noche partimos hacia Pirineos.

No pensaba encender hoy el PC y mucho menos ponerme a escribir. La verdad es quería que la próxima entrada de este recién estrenado blog fuese alguna vivencia pirenaica, algo amable que compartir, pero no me quito de la cabeza el titular de ayer.

Lo primero que hago es consultar varias hemerotecas. Pues sí, lo que citaba en mi entrada anterior en el blog sobre Olvier Blanchard (FMI) no era una mala pasada de mi memoria: reconocía el error de recomendar recortes a Europa. Y el titular que mencionaba antes y que provoca este exabrupto bloguero es una nueva recomendación del FMI: un recorte de salarios del 10 %, una bajada de cotizaciones a la Seguridad Social y una –otra- subida del IVA (ésta dos años después) ayudarían a crear empleo. Perplejidad.

Si se bajan los salarios y disminuyen las cotizaciones parece evidente que se creará empleo y si dos años más tarde se aumenta el IVA puede que las arcas del estado se recuperen. La operación parece lógica.

Pero esto de no saber de economía me trae por la calle de la amargura, porque la lógica se me rompe cuando pienso en el consumo interno. Menos salarios y más IVA, menor consumo interno. Supongo que desde el punto de vista económico nada grave: se soluciona con más consumo exterior. Dicho de forma burda: produzcamos más y más barato que otro que pueda lo comprará.

Tiene toda la lógica del modelo social al que se nos conduce: una sociedad con mayores desigualdades sociales. Un modelo en el que primen los costes de producción sobre el bienestar del conjunto de la sociedad aunque ello implique una polarización social.

Pero lo que subyace a todo ello, independientemente (que no es poco) de cuestiones de justicia social, es una crisis de la legitimidad política: los gobiernos y sus instituciones (nacionales o internacionales), según la teoría política, representan a los estados y están legitimados por sus ciudadanos para la solución y gestión de sus conflictos y necesidades. Sin embargo lo que la gestión de esta crisis económica pone de manifiesto es a qué o a quiénes obedecen los gobiernos: a los intereses de la mayoría, desde luego, no.

Dos reflexiones finales: la primera es reiterativa con la entrada anterior de este blog: el estado del bienestar, además de para “estar bien”, tenía un objetivo de convivencia pacífica… cuidado.

La segunda es una reflexión muy personal: las ciencias son hijas de la humanidad. La biología ha procurado a la sociedad un mayor bienestar en disciplinas como la medicina, la farmacia y la agronomía, entre otras muchas. La física ha permitido todo tipo de avances tecnológicos. ¿Qué clase de hijo desnaturalizado es la economía, la ciencia de la administración de los bienes escasos o limitados, que ha puesto a la humanidad a su servicio en lugar de estar al servicio de ésta?

No nos harán creer que la economía tiene vida propia. No es un ordenador gigante de aquellos que protagonizaban las películas de los años setenta y tomaban el control de la Tierra. ¿No estamos cansados de ”la economía necesita…”, “los mercados piden…”? ¿Pero quién **** son los mercados? ¡¡La humanidad pide, la sociedad necesita!!

 Y, se me ovidaba: si recomendar recortes fue un error, bajar salarios ¿no es una forma de recorte? O su concepto de recorte tiene muy pocas connotaciones sociales o el FMI no tiene muy claro qué debe recomendar. No sé qué es peor.

Voy a seguir haciendo el equipaje.

jueves, 1 de agosto de 2013

¿Un nuevo Nuremberg?

No hace muchos días la prensa, con entusiasmo variable según qué prensa, publicaba que las auditorías practicadas por Deloitte a las cajas de ahorro españolas tenían presuntos errores. Hay quienes, incluso, califican de fiasco esas auditorias.

Me viene a la memoria que hace unos meses Olivier Blanchard, economista jefe del Fondo Monetario Internacional, reconocía el “error” de exigir recortes a Europa.

Y mientras tanto, el desempleo se mantiene (al margen de coyunturas estacionales), buena parte del estado del bienestar se desmorona y, por primera vez desde que existe la  Encuesta Anual de Coste Laboral elaborada por el Instituto Nacional de Estadística, el coste neto por trabajador ha disminuido. Crecen las grandes fortunas y aumenta el consumo de bienes de lujo.

Y uno que es dado a comparar y relacionar hechos pasados, afición que debe ser poco compartida en los entresijos del poder, se acuerda de Churchill, de Keynes y de Nuremberg.

Uno se acuerda de Churchill porque poco antes de la Conferencia de Yalta dijo que no se podía repetir otro Versalles y que deberían sentarse las bases para una Europa en paz. Y esas bases pasaban por una Europa sin desigualdades sociales acusadas. Porque la II Guerra Mundial no solo fue conflicto de origen territorial. Las enormes desigualdades sociales existentes propiciaron ideologías extremas que originaron dictaduras sin las cuales la historia probablemente hubiese sido distinta.

También uno se acuerda de Keynes porque el estado del bienestar es algo  más que el resultado de una teoría económica. Incluso es algo más que justicia social y redistribución de la riqueza: es un contrato social que mitiga la desigualdad y facilita la convivencia pacífica. Es, en cierto modo y dicho sea sin mucho rigor, la respuesta “sosegada” al conflicto capital-trabajo.

Y, por último, uno se acuerda de Nuremberg porque en esta ciudad nació la justicia internacional y el concepto de crímenes contra la humanidad.

Los errores de Deloitte y del Fondo Monetario Internacional son negligencias con consecuencias graves para la sociedad. Pero no son las únicas.

Los gobiernos y los bancos centrales han mantenido desde los años 70 y muy especialmente durante la década precedente al estallido de las subprime y la crisis económica posterior una laxa política monetaria por no decir una absoluta permisividad.

Los estados y, por tanto, los gobiernos tienen la responsabilidad del bienestar de los ciudadanos y para ello ostentan el monopolio de la coerción legítima. Son proteccionistas -no nos dejan ir a más de 120 kilómetros por hora para que no nos matemos- pero sí han permitido un endeudamiento desmedido y peligrosas estrategias financieras que conducían a un extremo riesgo de liquidez. Las consecuencias las conocemos.

Si la negligencia está tipificada como delito ¿no parece que podría pensarse en un nuevo Nuremberg?

Salvo que se piense que Nuremberg fuera la gran escenificación de la relación entre poder y justicia internacional -¿Hiroshima, Gulag, Dresde…?-, en cuyo caso hoy sería (es) impensable un juicio al sistema financiero y a la responsabilidad subsidiaria de los gobiernos: ¿quién juzgaría?


Mal empieza este blog que nacía con vocación optimista.