jueves, 28 de noviembre de 2013

Algo se mueve



El fin de semana pasado algo extraño sucedía en el edificio de CETIEX de Badajoz, en el Parque Tecnológico: un grupo de personas trabajaban o se divertían o más bien ambas cosas a la vez diseñando servicios sostenibles. No cobraban por ello y además pondrían sus resultados a disposición de la sociedad en la web de Global Sustainability Jam. Esto mismo sucedía simultáneamente en otras muchas ciudades del planeta, unas setenta, si no me equivoco. Se estaba celebrando la Extrem Sustainability Jam de la mano de Ángel Álvarez Taladriz.

Allí estuve y volvería a participar mañana: una grata y enriquecedora experiencia sobre la que me estaba resistiendo a escribir no porque no lo merezca sino porque esperaba que plumas más cualificadas lo hiciesen y así ha sido: Alejandro Hernández Renner en su columna Exnovadores del periódico HOY da buena cuenta del evento.

Unas páginas más adelante, en el mismo diario en el que leo con agrado la columna de Alejandro, se publica: “Los padres no entienden el vocabulario que sus hijos utilizan en internet”. Y al hilo, me pregunto si el lenguaje de la columna de Exnovadores lo entienden en las alturas.

Porque algo se mueve mientras las reformas de un sistema que se decía agotado más parecen dietas de adelgazamiento del estado del bienestar. Dietas milagro para alcanzar tipito en el tiempo preciso, a ser posible, en cuatro años o mejor, tres y medio. La obesidad mórbida, no se arregla con dietas milagro, se arregla con un cambio de hábitos. Las dietas milagro suelen tener efectos secundarios y, sobre todo, suelen volver más tarde o más temprano a la situación de partida.

Algo se mueve hablando de compartir, hablando de sociedad civil, de sostenibilidad y de nuevas formas de crear. Hablando quizá de que otra economía es posible.

viernes, 22 de noviembre de 2013

¡Me ha salido una perroflauta en el aula!

Un gorro de mil colores y punto grueso, como el de los jerséis que me tejía mi abuela, y de hechuras a medio camino entre solideo cardenalicio y sombrero cloché coronaba una cabellera rubia, larga, hirsuta y desaliñada. Para el resto de la indumentaria no encuentro en mi escaso vocabulario en materia de prendas femeninas los términos más apropiados para describir con acierto un conjunto, que no sé si encuadrar en un decorado de los bosques encantados de la mitología germánica, entre los juglares del medievo, en el festival de Woodstock del 69 o en todos a la vez.

¡Vaya! ¡Me ha salido una perroflauta en el aula! 

Y en ese trance me encontraba: impartiendo un seminario en la Universidad sobre Formación para el Empleo mientras toda la artillería de la prensa nacional centraba sus disparos en la presunta malversación de los fondos de Formación para el Empleo. Y me sale una perroflauta en la tercera fila de asientos del auditorio.

Afronté decidido la exposición. Pedí participación y la obtuve. La sesión discurría por buen cauce, gestos atentos, preguntas oportunas y opiniones acertadas. 

Pero el momento tenía que llegar y había que abordar la participación de patronal y sindicatos en el sistema de formación para el empleo. Antes pregunto si están enterados de los últimos titulares de la prensa y sí, la rubia cabellera oscila en claro gesto de asentimiento. Se intuye tormenta y mientras expongo, precavido voy cargando la batería de argumentos.

Espero las opiniones y la perroflauta levanta la mano. Ya está. Me dispongo a recibir la soflama antisistema. Termina su intervención y guardo silencio. No un minuto, que resulta luctuoso; quizá treinta segundos o quince. Guardo un silencio que subraya la intervención y guardo silencio porque me cuesta encontrar la respuesta.

Hacía tiempo que no escuchaba una definición del diálogo social tan limpia, tan clarividente, sin anteponer unos agentes a otros, sin menoscabar a ninguno. No utilizó el término diálogo social, su verbo no fue ágil ni brillante. No escuché ni fondos ni financiaciones, ni dinero ni corrupción, ni escándalos ni repartos. Tan solo repartió sentido común. Desnudito, como vino al mundo con la Constitución del 78 dejó la perroflauta este concepto que de tanto ir y venir anda ya necesitado de higiene.

En pleno auge de la balneoterapia, la palabra se las trae, puede parecer ir contracorriente incluso puede resultar anticuado reconocer que a uno no le guste demasiado ni lo de ponerse en remojo ni lo de cocerse al vapor. Quizá sea que mi afición a la cocina genere asociaciones mentales poco apetecibles. Pero dicen, y les creo, los aficionados a estas maceraciones y cocimientos que de ellos se sale renovado y lleno de energía. Pues así salí del aula, renovado y con ilusiones después de esta inmersión en la universidad: toda una sesión de balneoterapia mental. 

Dejo volar la imaginación y veo a la perroflauta caminando por el paseo de Cánovas. Pasa cerca de un velador en el que se oye:

- ¡Esta juventud…!

Unos labios de rojo carmín responden: -Perdidos, Paco, ni oficio ni beneficio. ¡Lo que hay que ver! ¿Dónde irá con esas pintas?

Y Paco asiente mientras tira la colilla al suelo y cae al lado de una servilleta con restos de carmín rojo.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

J'acusse (Dedicado a Victoria Prego)

“…Puesto que ellos osaron, yo también osaré. Diré la verdad, puesto que prometí decirla, si la justicia, regularmente sometida, no lo hiciera, plena y enteramente. Mi deber es de hablar, no puedo ser cómplice. Mis noches estarían llenas de vergüenza…” (Cámbiese en nuestro caso justicia por prensa) Con este párrafo del celebérrimo artículo de Zola  j’acusse me identifico al escribir hoy tras los visillos.

Harto e indignado escribió Zola su j’acusse, con tanto acierto que ha sido profusamente parafraseado, y harto e indignado escribo hoy, sin que ello suponga pretensión alguna de equipararme al literato francés. Uno lee y escucha opiniones y noticias rayanas en la difamación y uno tiene paciencia, “si es mejor no entrar al trapo” dicen, pero no hay recipientes infinitos y sí hay gotas que los colman. Pido pues disculpas a quienes tengáis todavía la paciencia de leerme si consideráis iracundo el tono del artículo.

Casualidades: ayer mismo, no hace ni veinticuatro horas, que recomendaba un libro de Victoria Prego a una amiga; hoy leo su columna en El Mundo y la decepción me invade. Siempre he admirado la profesionalidad de Victoria Prego. Hacía tiempo que no leía nada suyo y compruebo con desagrado que se ha unido a los columnistas que, teniendo fiel parroquia de seguidores, se suman a los mensajes populistas y sensacionalistas abandonando el periodismo de investigación en el que en su día pudieron destacar. Si el poder corrompe, en el caso de los periodistas parece que el éxito apoltrona. Porque para alguien de pluma ágil y larga escuela no debe resultar muy difícil escribir columnas en las que de forma más o menos ocurrente se exprese lo que el lector desea leer. Y si es siguiendo las tendencias de moda o las dictadas desde algunos poderes, mejor.

Abre El Mundo su portada de la edición digital con una noticia sobre un entramado de empresas dedicadas a la formación de un determinado sindicato. Desconozco los detalles, por lo tanto lo prudente es no opinar: si ha habido mala praxis, la justicia actuará. Y en esta noticia basa Victoria Prego su columna de hoy arremetiendo contra todos, sembrando la duda sobre patronales y sindicatos, difamando al sistema de formación para el empleo y cayendo en la más burda generalización: ¿dónde ha quedado el riguroso y buen periodismo de investigación que antaño profesó?

Diecisiete años, doce de ellos como directivo, trabajando en el sistema de formación para el empleo dan para conocer algo de sus entretelas y dan, sobre todo, para que las afirmaciones de la columnista toquen la fibra más sensible.

Inicia Prego su artículo afirmando que “El negocio de los cursos de formación parece ser uno de los más boyantes aun en tiempos de crisis…”. Sin duda, la periodista desde la poltrona de su columna nunca ha tenido que despedir en un día a quince grandes profesionales, compañeros y, además, amigos. Porque esa fue una de mis últimas tareas en el sistema y le puedo asegurar que pocos tragos hay tan amargos. Y no he sido, ni mucho menos, el único en trances similares. Para lanzar tal afirmación, seguramente ignora la drástica reducción que la crisis ha ocasionado en los fondos destinados a formación gestionada por patronales y sindicatos, cercana al ochenta por ciento si se suman fondos estatales y autonómicos. Seguramente también ignora que esa reducción y esos despidos llevan aparejada la destrucción de estructuras profesionales levantadas con dinero público y eso es otra forma si no de estafar a los ciudadanos, al menos de dilapidar recursos muy necesarios en estos tiempos; máxime cuando la cuestión no es impartir menos formación -lo que también sería incomprensible en estos tiempos, - sino traspasarla a otras manos, éstas sí con expreso ánimo de lucro.

Probablemente tampoco sepa que cuando se ideó el sistema bipartito -patronal y sindicatos- de gestión de la formación, así se hizo para que ésta estuviese más ligada al sistema productivo -empresas y trabajadores- y por tanto su diseño fuese más eficaz y adaptado a la realidad productiva. Aunque también podríamos añadir que el gobierno buscaba en quién delegar (de forma semejante a la enseñanza concertada) un sistema de formación necesario y que sus servicios de empleo eran incapaces de asumir.

“…los parados españoles debían ser los mejor formados no ya de Europa, sino del planeta entero…”. Continúa afirmando la periodista haciendo gala de paupérrima ironía y desconocimiento, puesto que los fondos destinados a formación para el empleo lo son tanto para desempleados como para trabajadores en activo y eso amplía notablemente el número de destinatarios. Supongo que tampoco ha investigado a cuánto ascienden los presupuestos que otros países destinan a formación. Y sería mucho pedir que se hubiese preguntado si la posible falta de eficiencia del sistema se debe al supuesto mal uso de los fondos o a la normativa redactada desde las alturas de los despachos y con profundo desconocimiento de la realidad productiva. Una normativa que ha generado un sistema poco ágil y excesivamente burocratizado.

Sigo leyendo y Victoria Prego pasa directamente al insulto: “Lo que pasa es que esos cursos de formación son en su mayoría un auténtico timo destinado, por ejemplo, no a proporcionar una vía de acceso al mundo del trabajo a quien ha quedado fuera de él, sino a enmascarar una vía de financiación suplementaria y muy provechosa del sindicato.” E insulta, además, desde la ignorancia porque en este punto vienen, otra vez, a colación los quince despidos que mencionaba al inicio: ¿Cree la periodista que un sistema de formación de calidad y capaz de hacer frente a la ingente burocracia que origina se gestiona solo? ¿Sabe la periodista que la Administración exclusivamente se ha preocupado del control del gasto haciendo caso omiso de la calidad de la formación y que ésta ha dependido exclusivamente de quienes nos hemos ocupado de ella creando estructuras muy cualificadas -las que ahora hemos tenido que destruir-? Imagino, también, que la periodista sabrá que los cursos los imparten profesores -que tienen la mala costumbre de cobrar a fin de mes-; que en los cursos se entregan manuales y libros, que las imprentas suelen cobrar; que se imparten en aulas, que no se alumbran con candiles; que los alumnos están asegurados, que usan bolígrafos y cuadernos, que en gran parte de los cursos se utilizan costosos equipamientos…

Pero hay más cosas que la columnista ignora o prefiere callar: el trabajo de cientos de delegados sindicales, algunos liberados, la mayoría no, que desarrollan un trabajo continuo y callado de detección de necesidades de formación que contribuye al diseño de propuestas de formación que han ido evolucionando conforme a las necesidades de trabajadores y empresas. Del mismo modo que ignora o calla quién soporta los costes financieros de los largos retrasos de la Administración en hacer efectivos los pagos de las subvenciones destinadas a formación.

Y en su ostentación del vilipendio gratuito, Prego duda: “Queremos saber qué cursos se han dado, cuántas personas han acudido a ellos y qué grado de aprovechamiento han tenido."… Pues, Doña Victoria, recuerde sus viejos tiempos de buena periodista e investíguelo. ¿Qué digo? Consúltelo porque no hay nada que investigar: son datos públicos.

Sin duda en el sistema ha habido corruptelas y malas prácticas y hay que eliminarlas. No es admisible la malversación de ningún fondo público. Pero eso no da licencia al insulto generalizado, a la difamación indiscriminada. Del mismo modo que no sería justo que después de leer la columna de Victoria Prego aplicase lo mismo que pienso de ella al común de la muy honrosa profesión de periodista.

Siento la longitud del artículo, a pesar de dejarme decenas de ideas en el tintero, siento el tono. Pero se lo debía a mis compañeros de FOREM, a los despedidos y a los que siguen: profesionales comprometidos que nunca han mirado el reloj a la hora de salir; se lo debía a las muchas personas de Comisiones Obreras que he conocido en estos años y que han demostrado su compromiso con la formación de los trabajadores, también, a quienes he conocido en patronales y otros sindicatos y que también han demostrado tener una idea clara y honesta de cómo debe ser un sistema de formación para el empleo y a los muchos profesionales que trabajan en España de forma honrada y comprometida en el tan denostado sistema de formación.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Ante la depresión

Juan Antonio Vallejo Nágera fue psiquiatra, escritor de ensayo y novela y pintor naif. Para unos fue generador de libros exitosos y para otros, gran divulgador. Recuerdo con agrado Locos egregios y Yo, el rey, pero no lo cito para analizar su obra, que sería pretencioso y atrevido por mi parte, sino para pedir disculpas por plagiar el título de uno de sus libros: Ante la depresión.

Y es que no encontraba mejor título para este artículo fruto de un repaso a la corta andadura de este blog. Reviso cada uno de los artículos y en buena parte encuentro contenido crítico, muchas veces no exento de negatividad. Y ni mucho menos se trata de hacer acto de contrición: el blog nació para compartir opiniones y vivencias y los tiempos que corren me han llevado por esos derroteros sin que en ningún momento me haya abandonado el deseo, cada día mayor, de compartir ocurrencias más alegres. Porque de eso estamos muy necesitados: de alegría y más aún que de alegría, de optimismo.

Para salir de esta crisis, dicen, hacen falta reformas y no creo que pueda ponerse en duda. Otro asunto es la orientación de las reformas. También hacen falta emprendedores, sobre todo, muchos emprendedores: eso sí que da para un artículo entero y de los largos, así que aparco el tema. Sin embargo no escucho que haga falta optimismo, no escucho mensajes sobre las actitudes necesarias para transitar con éxito el duro camino que nos queda por recorrer. Porque de duro camino y de primera persona del plural sí que escucho mensajes.

Pero una sociedad sumida en la melancolía, una sociedad ante la depresión lo tiene mucho más difícil. La depresión es un trastorno que se caracteriza por sentimientos de abatimiento, infelicidad y culpabilidad; provoca incapacidad para disfrutar de los acontecimientos de la vida cotidiana y suele presentar un agotamiento que se ve reflejado en la falta de interés hacia uno mismo o incluso en desidia para la productividad. Del mismo modo que se habla de las inteligencias colectivas y del mismo modo que los grupos presentan comportamientos propios, se me ocurre que una sociedad pueda estar deprimida o ante la depresión, aunque la definición científica de este trastorno se refiera solamente al individuo.

Buenos días ¿qué tal?” Un saludo convencional al que respondíamos con el no menos convencional “Muy bien ¿y tú?” aunque estuviésemos con una gripe de caballo o el coche nos hubiese regalado un imprevisto de los que dejan la cuenta bancaria si aliento. Sin embargo, parece que se van modificando las respuestas y el tradicional “Muy bien” ha evolucionado a “Buenoooo”, “Mmmm… No me puedo quejar” o “Para la que está cayendooo… bien”. Y es que comienza a invadirnos cierto pudor que nos impide decir “Muy bien”. Unas veces es esa especie de pudor; otras, es que hemos escuchado las noticias a primera hora de la mañana y resulta difícil remontar el ánimo. Merece la pena observar los saludos, en la tienda, en la barra del bar, en la calle: el optimismo está pasando de ser un valor a ser un signo de ostentación.

Esta crisis que comenzó como una desaceleración de la economía está durando demasiado, más de lo que una sociedad puede soportar sin que afecte a su comportamiento. Pero no es sólo un problema de tiempo: son los brotes verdes, los comienzos de recuperación, las luces al final del túnel, los recortes envueltos en reforma estructural, la pérdida de derechos con barniz de flexibilidad… No sólo es un problema de tiempo, es un problema de falta de confianza. Y he omitido conscientemente la corrupción: eso tan sólo es la guinda de un pastel demasiado indigesto.

Churchill ofreció la victoria en la II Guerra Mundial y prometió sangre, sudor y lágrimas y el pueblo sangró en los frentes, sudó en las fábricas y lloró bajo las bombas. Simplemente ni mintió ni utilizó eufemismos.

Aunque hoy sea poco popular decirlo, sigo manteniendo un cierto respeto, a veces admiración, por quienes dedican su vida a la política, comparta o no sus ideas. Y justo es reconocer que desde 2007 no ha sido precisamente fácil el ejercicio del gobierno en España. ¿Era preciso tomar decisiones impopulares? Sin duda. ¿Podían haber sido diferentes? Probablemente. Pero, en cualquier caso, las formas son importantes. Igual que siempre será mejor atendido “Un café, por favor” que ladrar “¡Un café!” Las formas importan, cimentan la convivencia: en la empresa, en la calle, en la familia y, desde luego, en el estilo de comunicación de los gobiernos. Hay sonrisas que enamoran, sonrisas que cautivan y sonrisas que insultan, como las que tantas veces hemos visto en las bancadas del Congreso y en ruedas de prensa y entrevistas cuando se han anunciado reformas muy duras para la ciudadanía.

Es posible, me faltan argumentos tanto para creerlo como para discutirlo, que el final de la crisis se otee en el horizonte. Siempre se avista tierra antes desde el palo mayor y el puente de mando que desde la cubierta. Quienes estamos en la cubierta y bajo ella sólo podemos creer. El optimismo y el trabajo de la marinería son imprescindibles para arribar a buen puerto y eso se consigue cuando se transmite confianza.

Es posible que se estén dando los factores macroeconómicos necesarios para que se inicie la recuperación, también parece -y cierto es que nos lo han avisado- que falta bastante para que esa tendencia se transmita a la economía real -cuesta no caer en el chiste fácil y preguntar si, por contraposición, lo que ahora comienza a ir bien es la economía irreal-. Pero para que esa recuperación realmente se active, además de generar confianza en los mercados, ¿no será necesario generar confianza en la sociedad?

Los gobiernos, además de tomar las decisiones estructurales y económicas que sean precisas, también deberían asumir la responsabilidad de generar confianza en la sociedad, aunque sea con sangre sudor y lágrimas. El optimismo es necesario para remontar los momentos difíciles. Y eso no lo están consiguiendo. Quizá, entre tanta reforma privatizadora, entre tanta delegación de responsabilidades gubernamentales en la ciudadanía, también la generación de optimismo se haya delegado exclusivamente en la ciudadanía. Y así el optimismo podrá volver, sin duda volverá, pero no la confianza.

Me cuesta creer en una recuperación sin una sociedad que confíe en sus gobiernos, en una recuperación con una sociedad ante la depresión, sin optimismo. Y en caso de que así sucediese, entonces no es la recuperación que quiero.

martes, 5 de noviembre de 2013

Caiga quien caiga


Escribo rápido, será un artículo breve. No quiero que las noticias me lo estropeen. Los datos de empleo -o del paro- se publicarán pronto. Pero no es el empleo sino las actitudes las que motivan estas líneas.

Las redes sociales son un magnífico escaparate de actitudes: en ellas todos opinamos, deseamos, expresamos. Y expresando dejamos intuir incluso lo que no queríamos expresar. Así es la comunicación: apasionante y, a veces, traicionera.

Ayer y hoy se cuentan por decenas los post en las redes sociales que vaticinan o dejan entrever un resultado negativo de los datos de empleo y lo hacen con un soterrado pero demasiado evidente triunfalismo: un dato negativo en el empleo es negativo, se mire como se mire, y un dato positivo es positivo. Es cierto que tales resultados hay que interpretarlos en términos de calidad del empleo, de tendencias, explorar causas y consecuencias, comparar datos de empleo con datos de afiliación a la Seguridad Social y obtener todo tipo de conclusiones.

No comparto las políticas económica ni laboral de este Gobierno, sobre ello he escrito y sin rubor lo manifiesto. Pero no puedo dejar de sorprenderme, más bien de indignarme, cuando desde las alturas de un empleo estable algunos muestran con mayor o menor expresividad su alborozo ante el posible mal dato de empleo.

Solo alcanzo a imaginar dos explicaciones: o bien ansían el cataclismo final para poder hacer sus políticas, caiga quien caiga en el camino; o bien han perdido el norte y cualquier fracaso del contrario es bienvenido, caiga quien caiga en el camino. Porque el norte de un político -en una democracia- o de un sindicalista, sea cual sea su ideología, es el bienestar de los ciudadanos. Aunque bien sabemos que alcanzadas algunas latitudes del poder las brújulas tienden a marcar datos erróneos.

Quien desde las alturas de un empleo estable, en estos tiempos, muestre tan solo un atisbo de satisfacción ante un posible mal dato de empleo tiene una grave ausencia de empatía con los verdaderos protagonistas del dato: los desempleados.