domingo, 8 de diciembre de 2013

Generación X


Baby boomers, generación X, generación Y... Nunca me había parado a pensar a qué generación pertenezco, pero en esa tan humana y, a veces, tan estéril búsqueda de identidad, esta mañana me ha dado por indagar y resulta que pertenezco, según la Wikipedia, a la generación X.

También según la Wikipedia debo haber jugado a las canicas y al trompo, pero también con Nintendo y Atari. Bueno, yo fui más de Tente y Exin castillos. Pero a juzgar por el rango de fechas que propone soy un X de pura cepa.

Y entre esa búsqueda de etiqueta generacional y el aniversario de nuestra Constitución afloran recuerdos, muchos recuerdos.

Puede que sea X, pero con esa u otra etiqueta lo que sí sé es que pertenecí a una generación que, sin apenas comprender pero con suficiente uso de razón como para tener vívidos recuerdos, vio en blanco y negro el entierro de Franco y la coronación del Rey; escuchó gritos de “amnistía, libertad” y vio salir humo de unos botes que rodaban por las aceras. Una generación que pasó de la infancia a la adolescencia viendo cómo las ciudades se llenaban de carteles con caras y frases de esperanza mientras coches con altavoces esparcían las notas de “Libertad sin ira” y “Habla pueblo habla” y aquello que parecía una fiesta -y en cierto modo lo era- intuíamos que era algo muy gordo. Vimos cómo aquel del que se decía en voz muy baja “Es rojo, pero es buena persona. Niño tú de esto no digas nada”, pasó a ser rojo en voz alta y, además, ahora andaba metido en política.

Tequila nos gritaba “¡Salta!” y Los Secretos escribían sobre un vidrio mojado un nombre que siempre era el de nuestra chica, porque en aquel Madrid de mi infancia, cuando los ochenta acababan de nacer, las chicas de nuestra generación habían dejado las muñecas y nosotros los Madelman. En aquel Madrid en el que los mayores y nosotros mismos hablábamos del gobierno sin pudor, una tarde de febrero despertamos de golpe y nos dimos cuenta que lo que intuíamos que era muy gordo, era gordo de verdad y se podía perder diluido en una ensalada de tiros.

Nuestra generación no corrió o corrió muy poco delante de los grises ni estuvo fichada en los bajos de la Puerta del Sol y tampoco lloró ni tembló el 24 de enero del 77. No estuvimos en el elenco de aquella obra, aunque sí en las primeras filas y sin apenas darnos cuenta nos vimos en el escenario: se representaba otra obra, la democracia era lo normal, hubo tiempos de desempleo, olimpiadas y expo, GAL y Prestige, y tiempos de bonanza, de mucha bonanza. La España camisa blanca de mi esperanza se había convertido en una España camisa de cien colores y tejidos de alta gama con más presente que esperanza.

Hoy paseo por una calle y tres escaparates me miran vacíos, tan vacíos como la mirada del que acaba de leer por tercera vez las ofertas de empleo de un periódico capaz de amargar el más dulce de los desayunos.

Hoy nuestra generación no está sola en el escenario, están los Y, los millennians y quién sabe quién más. Pero sigue en la obra. La generación que vio nacer la Constitución del 77 sigue en el escenario y no puede cantar “se nos rompió de tanto usarlo” porque la democracia y el estado del bienestar españoles no pueden ser como el amor de Rocío Jurado.

La generación que estaba en las primeras filas del teatro en los setenta no puede dejar que se interrumpa la función. Quizá sea necesario recordar la España de aquellos años, no desde la nostalgia, no para hacer lo mismo, pero sí para recuperar la ilusión que se leía en tantas caras cuando de los altavoces de un errecinco salían las notas de “Libertad sin ira”.

lunes, 2 de diciembre de 2013

La burla del bosque


Una soleada mañana de finales del otoño, recorriendo pequeños castañares, robledales y algunos pinares entre Tentudía, Calera de León y Cabeza la Vaca. Tonos cobrizos en los castaños, tostados en los robledales, el verde perenne en los pinares. La intrincada orografía permite ora sumergirse en el bosque, ora otear el mosaico de ocres, pardos y verdes desde lo alto de las serrotas.

Estas sierras del suroeste ciertamente son un bálsamo para los sentidos y el espíritu. Elegimos un pinarcillo que prometía algún que otro níscalo, pues era nuestro objetivo encontrar alguna seta que, una vez serenado el espíritu y plena la vista de belleza, alegrase también nuestros paladares.

Llega pues el momento de caminar despacio, la vista fija en el suelo escudriñando cada rincón, cada montoncito de agujas de pino. Una forma algo ovalada, clara, atrae mi mirada… Me trae recuerdos de algunas lecciones de mi padre caminando por otros pinares: los del Alto Tajo en Guadalajara. Era yo pequeño y encontramos algunas piedras de forma similar a unos moluscos. Me dijo mi padre que eran fósiles, que hace millones de años el mar cubría aquellos parajes y me explicó el proceso de formación de esas piedrecitas que luego supe que se llamaban rinconellas unas, otras ammonites Pero la forma ovalada, clara, que ha llamado mi atención en los bellos pinares de Tentudía no era una rinconella, era una almeja y el mar no había cubierto estos parajes hace millones de años. El hallazgo tenía un origen más cercano en la historia. Probablemente el mismo que las latas que encontramos por doquier.

Seguíamos buscando setas con escaso resultado: alguna Armillaria, algún Cortinarius, todas especies no comestibles.

Trataba de imaginar la comilona campestre con paella que tuvo lugar en el pinar quizá en la primavera pasada: imagino la música, las cervezas, las chanzas y la retirada de los comensales dejando buen recuerdo de su paso por el monte, como los mares de hace milenios dejaron testimonio sobre los pinares del Alto Tajo.

Pasamos a una zona donde el robledal se mezclaba con el pinar y comenzamos a encontrar setas, bastantes setas. Más no eran níscalos ni boletus. Eran Phalus impudicus. Muchos Phalus: jóvenes, viejos, secos, flácidos, turgentes. Nunca había visto tantos. Y me pregunto si el bosque estaría gastándonos una broma, si sería su respuesta obscena por tanta almeja, por tanta lata. ¿Será que los bosques también tienen su particular sentido del humor?