miércoles, 26 de marzo de 2014

Frases...



Son muchas y muy versadas las plumas que estos días surcan las páginas de nuestros diarios recordando la figura del primer Presidente de la más larga etapa democrática española. Demasiadas como para que me atreva a sumarme al sinfín de panegíricos. Sin embargo, el recuerdo del presidente Suárez me invita a la reflexión. Cuando una persona de su relevancia histórica nos abandona, mientras nos embargan unos sentimientos propios del luctuoso acontecimiento, otros nos invitan a comparar lo que ya es historia con nuestros días.

Aquellos años de mi adolescencia y del nacimiento de nuestra actual democracia, a los que ya me referí en este mismo blog, fueron tiempos de generosidad, de incertidumbres, de ilusión y, sobre todo, de visión de estado. Y de todas ellas pienso que estamos algo escasos excepto de una y no es la más positiva.

Y decía que la triste pérdida me invita a la reflexión. A la reflexión sobre las paradojas de las frases de aquellos tiempos y su posible significado en los de hoy.

Era frecuente escuchar a los más inmovilistas, a los nostálgicos del régimen precedente: “Si Franco levantara la cabeza…”: las estructuras que durante cuarenta años parecían inamovibles se desmoronaban como un terrón de azúcar. Una nueva España surgía ante la complacencia de algunos, la perplejidad de otros y con el empuje de muchos. Y creo que no andaría muy desacertado al imaginar que más de uno puede estar tentando de actualizar aquella frase, ahora en relación al difunto presidente. Y es que el terreno está abonado: un desempleo del veintiséis por ciento, una crisis económica que parece nunca acabar, derechos y prestaciones sociales en franco retroceso y un polícromo mosaico de corruptelas. Corruptelas que hoy podemos juzgar y, sobre todo, detectar; unos derechos y prestaciones que, sin duda habrá que recuperar o rediseñar, pero que tenían desde dónde descender para que estos aciagos años de crisis hayan sido razonablemente soportables. Corruptelas que no solo se juzgarán en los juzgados, sino también en las urnas; derechos que también se recompondrán en las urnas porque si de algo podemos estar seguros es de que no será necesaria otra manifestación como aquella del veinticuatro de febrero del ochenta y uno, que no es poco.

Sí. Si Suárez levantase la cabeza probablemente sonreiría entre feliz y preocupado. Con la sonrisa condescendiente del padre que ve crecer a sus hijos adolescentes con una mezcla de felicidad y miedo. La felicidad por los logros alcanzados y el miedo por los peligros que entraña el futuro. Ese futuro que a todos los padres atemoriza e ilusiona a la vez. Pero aquella España de los setenta poco tiene que ver con ésta y, con todas sus desdichas, me quedo con la de hoy, que tiempo y maneras habrá de enderezarla porque "El futuro no está escrito, porque sólo el pueblo puede escribirlo" (Presentación del proyecto de ley de la Reforma Política, 10 de octubre de 1976).

Quizá una de las aportaciones de Adolfo Suárez que más está siendo reconocida es su voluntad de consenso. Ya, en 1969, declaraba sus principios en una frase, probablemente inspirada en una muy similar de un célebre discurso del presidente Kennedy: “Agradeceré que busquen siempre las cosas que les unen y dialoguen con serenidad y espíritu de justicia sobre aquellas que les separan”. Y consenso o, al menos, suma de voluntades es lo que hoy España necesita, aunque algunos, quizá los mismos que gustan de esgrimir eso de “…si levantara la cabeza…”, se rasguen las vestiduras ante la foto en la que se ve sentados en la misma mesa a los agentes sociales y al Gobierno. Un paso que creo que muchos esperábamos y que parece molestar o escandalizar a otros.

Probablemente, hoy no se atrevería a decir aquello de "Elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es plenamente normal". Porque hoy a nivel de calle lo normal es el hastío, el pesimismo, la desilusión y la desconfianza y es que la calle lo que quiere oír es “Puedo prometer y prometo” y, además, le gustaría poder creérselo.

Lo que seguro que no imaginaba el presidente es cómo sonaría hoy una frase de su mensaje de Navidad de 1980: "Brindo por el pueblo español, esperando que tenga unos dirigentes mejores que los que actualmente posee". Y es que hay frases intemporales.