miércoles, 25 de septiembre de 2013

España a la cola de Europa en formación de trabajadores

Hace unos días, algunos diarios se ocupaban del congreso de la Asociación de Entidades Organizadoras de Formación Continua (AENOA). Los medios de comunicación han sido unánimes en el titular. La noticia no era tanto la celebración del congreso, como la información aportada en una de las ponencias: “España a la cola de Europa en formación continua de trabajadores”.

Un titular que, perdón por la ironía, me recuerda a otra noticia que acabo de escuchar: “este fin de semana comienza el otoño”. A veces se hace noticia de lo obvio, de lo sabido y de lo absolutamente predecible.

En 1993 comenzaba en España la andadura de la formación continua como sistema regulado. Se creó un sistema de gestión bipartito participado por los agentes sociales y económicos. El sistema en su concepción teórica fue alabado en varios ámbitos europeos y, especialmente, en el CEDEFOP.

Matizo en su concepción teórica porque, en la práctica, la bisoñez del sistema demostró algunas debilidades: nada que con los convenientes ajustes no pudiera solucionarse. Sin embargo, a lo largo de su relativamente corta singladura, lejos de corregir el rumbo, ha enrolado tripulación poco avezada en estos mares, ha soportado dos fuertes tormentas y ha padecido alguno de los “males endémicos” de nuestro solar patrio. Con tal diario de navegación las posibilidades de alcanzar buen puerto son escasas: el titular de la noticia es poco o nada novedoso.

Nuevos tripulantes

A partir de 1997, con objeto de dotar de mayor transparencia al sistema, se incorporó la Administración a través del INEM. Sin que deba entenderse como una particular aversión a lo público ni a la Administración (nada más lejos), lo cierto es que ésta suele caracterizarse por su falta de dinamismo y flexibilidad y su inmensa capacidad de burocratizar y ralentizar la gestión. Y así fue.

De sobra es conocida también la tradicional y muy hispánica lejanía del legislador de despacho con la realidad del objeto sobre el que legisla. Y entiéndase lejanía como la diferencia entre la norma basada en postulados teóricos y la casuística del trabajo práctico, sobre la que el legislador suele mostrar un profundo desconocimiento, cuando no desprecio.

Las tormentas

Dos sentencias: una del Tribunal Europeo de la Libre Competencia y otra del Constitucional Español, referentes respectivamente a la formación en empresas y a competencias autonómicas.

Independientemente del debido respeto a los tribunales, ninguna de las dos sentencias debería haber constituido problemas severos para el sistema, sino más bien oportunidades para la mejora.

La sentencia del Tribunal de la Libre Competencia propició la creación del llamado sistema de bonificaciones o formación de demanda con un diseño casi inviable en un tejido empresarial de las características del español. La del Constitucional impulsó las transferencias autonómicas en materia de formación continua, que sin suponer un hecho negativo en sí mismo, tampoco contribuyó a una mejora sustancial de la eficiencia del sistema como podría haber supuesto la descentralización.

Los ajustes originados por la crisis económica (o, mejor dicho, por la orientación ideológica de la gestión de la crisis) han potenciado el sistema de demanda (o bonificaciones) en detrimento de la formación de oferta. Las estadísticas que se publican ofrecen datos cuantitativos favorables para el sistema, pero son estadísticas donde están ausentes los conceptos: calidad, eficacia y eficiencia.

Los “males endémicos”

La formación continua como toda actividad incipiente generó expectativas y oportunidades de negocio, lo que no es intrínsecamente negativo. No, salvo que se impregne de la muy española cultura del dinero fácil y rápido, la cultura del “pelotazo”. Algunas empresas y fundaciones crearon sólidas y comprometidas estructuras profesionales, pero, al mismo tiempo, nacieron –y muchas subsisten- multitud de empresas dedicadas a la gestión de formación con poca ética y menos profesionalidad.

La abundancia de fondos destinados a la formación propició abusos y dispendios contra los que no se supo o no se quiso actuar con eficacia. Las únicas medidas que se diseñaron sólo consiguieron entorpecer la gestión eficiente: mayor burocracia y disminución de las partidas que podrían aportar calidad al sistema; mayor vigilancia del cumplimiento de las obligaciones administrativas y nulo o escaso seguimiento de la calidad y del impacto de la formación. Un escenario en el que se mueven con soltura los oportunistas y se desesperan los profesionales.

En estos tiempos de crisis en los que tanto hablamos de la necesaria mejora de la competitividad la formación es un elemento imprescindible. Sin embargo, el sistema es más ineficaz que nunca: sería difícil aventurar el porcentaje de fondos destinados a formación bonificada que se pierden en cursos inútiles (o inexistentes), cursos de los que solo llega al beneficiario un “regalo” por haber participado: es la dura realidad.

Mientras tanto, las estructuras profesionalizadas y comprometidas con la formación de calidad se destruyen y su capital humano se pierde. Mientras tanto, la necesaria mejora de la cualificación de los trabajadores no llega a las empresas. Y, mientras tanto, en la ponencia que origina el titular se identifica como causa de “estar a la cola de Europa” ¡¡el desconocimiento del sistema!! ¿Es que acaso queda alguna empresa en España que no haya sido visitada por un comercial que ofrece cursos de formación a distancia con una tablet de regalo?

No hace mucho el gobierno y los agentes económicos y sociales han reanudado las negociaciones del Acuerdo de Formación para el Empleo: es una oportunidad para analizar en profundidad el sistema y corregir sus desviaciones. Otra oportunidad…

martes, 10 de septiembre de 2013

Apuntes de unas breves vacaciones pirenáicas (III): La travesía de San Mauricio y Aigüestortes y la fuerza del destino.


Cada vez más espaciados y de menor tamaño, algunos pinos negros y un tapiz de matas de rododendro alternadas con arándanos nos indican que hemos ganado cierta altitud. La espesura del bosque mixto de abedules, hayas, abetos y pinos negros propio de la media montaña iba quedando atrás.

Una vez más, el tronco seco: la misma plateada senectud que fotografié hace unos quince años; lo volví a fotografiar hace cuatro y hoy vuelvo a encuadrar y a apretar el disparador: ya es un viejo conocido. Cada invierno deja su huella: el viejo centinela se hace astillas mientras el rosa vivo de las Digitalis purpureas que lo escoltan entona una canción de juventud.

Faltan unos centenares de metros para llegar a la curva desde la que se abrirá
espectacular un balcón sobre el Estany de San Mauricio, desde cuyas orillas venimos ascendiendo. Comenzará entonces la parte más dura del camino hacia el Portarró de Espot: las últimas y pronunciadas pendientes. Camino pedregoso que transcurre entre prados alpinos y rocas graníticas. En estas altitudes ya no quedan árboles que nos brinden su sombra.


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El jeep del Regimiento de Zapadores Fortaleza Nº 1, con sede en Olot, ascendía por la irregular pista de tierra que partía de Espot hacia el Estany de San Mauricio. Un soldado conductor, un capitán y un teniente de la escala de especialistas de obras viajaban en el todoterreno.

En 1952 o 1953 –el narrador no sabe precisarlo con exactitud- el Nº 1 de Zapadores tenía encomendado el mantenimiento de la línea defensiva de los Pirineos Orientales: nidos de ametralladora, observatorios, nichos de voladura que habrían de ser utilizados en una hipotética invasión. Así estaban las cosas por aquellos años.

Sin embargo, la misión de los tres militares que avanzaban por el valle del río Escrita era bien distinta: debían inspeccionar el estado de la pista que comunicaba Espot con el Valle de Boí cruzando la cuerda montañosa por el collado del Portarró de Espot. La carretera de tierra y piedra había sido construida por las compañías que explotaban el potencial

hidroeléctrico de la zona e iba a ser utilizada por su Excelencia el Jefe del Estado, el Generalísimo Franco, para conocer el bello enclave natural e inaugurar varios de aquellos ingenios hidroeléctricos. La egregia visita se produjo en 1955 y probablemente propició la creación del Parque Nacional de San Mauricio y Aigüestortes. La declaración de parque nacional tuvo lugar un mes después de la visita del dictador.

Dos curvas y contracurvas en fuerte pendiente. El bosque se aclara y aparece el Estany de San Mauricio rodeado de cumbres graníticas, custodiado por Los Encantats, los dos gigantes pétreos. El teniente contiene la respiración y queda absorto ante la fuerza, ante la majestad de una naturaleza que pretende mostrarse inaccesible. 


El jeep prosigue su camino ascendiendo por la derecha del lago para luego bordearlo por el Oeste y enfilar la vaguada que conduce al Portarró. Se suceden las paradas para tomar medidas y hacer fotografías. El teniente tenía encomendada la misión de fotografiar la pista y se afana con la cámara Foca de fabricación francesa, un modelo de altas prestaciones con óptica intercambiable. Mientras, su vista sigue descubriendo, devorando. A lo lejos, a la derecha según el sentido de la marcha, se alzan las agujas de Amitges, aisladas, afiladas, con su piedra anaranjada contrastando con el resto de gigantes grisáceos: Bassiero, Ratera, Saboredo…

Tras superar a duras penas unos pronunciados repechos, el jeep alcanza el Portarró. Una nueva sinfonía de baluartes graníticos, Subenuix, La Muntayeta, Colomers, suena como canto de sirena en los ojos del joven teniente, que ya mantenía algunos amoríos con las tímidas montañas de Olot y La Garrotxa. El descaro de aquellas cumbres le era desconocido.

La travesía continúa. Comienza la bajada por el Valle del Río San Nicolau. A la derecha y a

cierta distancia, recogido en su taza de piedra, queda el Estany Redó. El jeep, ahora con el motor más desahogado, emplea a fondo los frenos. Según se desciende, los prados alpinos se van poblando de pinos negros y tras algunas curvas el bosque envuelve de nuevo el camino. Llegan al Estany Llong, la pista lo bordea por la derecha y discurre paralela al río San Nicolau. El río brota ávido de libertad del extremo del lago y se descuelga protestón entre canchos y pendientes, lanzando espumarajos y modelando la piedra. Así lo ha hecho durante siglos. Y la pista prosigue y los frenos del jeep y el río protestan, unos quejosos y el otro rugiente. Alcanzan el Planell de Aigüestortes.
La estridencia de las cumbres, los redobles del río se tornan lírica melodía: una meseta. El San Nicolau se remansa formando cien islas, meandros que transcurren entre bosquecillos y prados salpicados de pequeñas orquídeas rosadas, ranúnculos y jacintos amarillos, campanulas moradas. Locus amoenus. Adagio de Pastoral.

Dejando atrás la idílica llanada el camino continúa su descenso. Cascada de Sancti Spiritu, el Estany Llebreta con sus orillas cubiertas de vegetación lacustre y, al final, la carretera que cruza el Valle de Boí. Los militares toman dirección Pont de Suert y regresan a Olot. 

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Un último esfuerzo y alcanzamos los dos mil cuatrocientos metros del amplio collado del
Portarró. Las fotos de rigor, una barrita energética y unos tragos de bebida isotónica.
Repasamos las cumbres que nos circundan: a lo lejos, a la izquierda Los Encatats, Monestero, Subenix… E iniciamos el descenso hacia el Valle del San Nicolau. El camino comienza con una fuerte pendiente desde la que se divisa a la derecha el Estany Redó y, al final de la bajada, el Llong. A la izquierda, unos contrafuertes de piedra ya musgosa nos muestran los restos de una pista abandonada.

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El teniente esperaba el aviso del laboratorio del Regimiento. Necesitaba las fotografías para completar el informe de la pista inspeccionada.

Malas noticias. No saben si los carretes estaban defectuosos, si se han manipulado mal: no hay fotos. La conversación con el capitán es escueta: las fotografías son necesarias, no hay jeep ni conductor disponibles. Tren a Pobla de Segur, donde le recogerá un camión del destacamento de Llavorsí y le dejará en el cruce de la carretera de Espot. Desde allí, el teniente dispondrá de sus pies, la cámara y dos días para solucionar el problema. Otro transporte militar le recogerá en La Farga, en la carretera del Valle de Boí.

Nueve kilómetros separan el cruce del pueblo de Espot, desde allí otros ocho kilómetros hasta el Estany San Mauricio y seis hasta el Portarró. Allí acaba el tramo ascendente que acumula mil cien metros de desnivel. Otros quince, tal vez algo más, de bajada le llevarán hasta La Farga, la residencia que la ENHER, compañía responsable de las obras hidroeléctricas, regaló poco después al general Franco.

El camión frenó poco después del puente del Río Escrita, cerca de su desembocadura en el Noguera Pallaresa. El teniente bajó del camión, miró la carretera que mostraba una acusada pendiente, se colocó la mochila e inició el camino. Nueve kilómetros de rampas, curvas y contracurvas y al final de una recta jalonada por algunos abedules se asoman las pocas casas de Espot. Arquitectura sobria de montaña: pizarra y madera. Un puente medieval que queda a la derecha del camino señala el final de la aldea.


Hayas, avellanos, abedules, servales, pinos negros y abetos regalan su sombra al caminante que ya conoce el trayecto. Las curvas, el lago al pie de los altivos Encantats. La atención en la cámara, en las fotografías de la pista, las emociones escalan las cumbres que circundan el camino.

Cae la tarde llegando al Portarró, los mismos arpegios de granito, la misma sinfonía de hace unos días. Pero andando y solo en la inmensidad de la montaña pirenaica las sensaciones son distintas. Son mejores, infinitamente intensas. Los operarios de la ENHER le permiten pernoctar en el refugio cercano al Estany Llong. La noche se cierne sobre el bosque, las cumbres se perfilan en lontananza y un tapiz de estrellas, de muchas estrellas, muchas más que las que se ven en otras altitudes, cubre el silencio surcado por el rumor del San Nicolau.

Amanece y la marcha prosigue, el bosque, los prados y meandros del Planell, la cascada, el Estany Llebreta y por fin la carretera y La Farga. El teniente está cansado. Cansado y decidido. Decidido a dedicar su vida a la montaña.

Después del Regimiento de Olot, llegó el destino en Madrid. Allí, primero, los Grupos Universitarios de Montaña del SEU; después, los cargos en la Federación Española de Montañismo, marchas, escaladas, campamentos, la Sociedad Deportiva Excursionista, el Grupo de Alta Montaña, colaboraciones en expediciones, diseño de mapas de montaña… Toda una vida entorno a las cumbres, sin grandes retos, solo disfrutando, cada uno entiende la montaña a su manera. En los Grupos Universitarios de Montaña conoció a una montañera. Montañera desde pequeña: su padre ya andaba en las primeras décadas del XX entre los pioneros de la Sierra del Guadarrama.


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Hacemos un descanso en las orillas del Estany Llong y continuamos el descenso hacia el Planell. El camino ya es más cómodo, transcurre por una pista que utilizan los vehículos todoterreno del Parque Nacional. La misma pista que está abandonada en las inmediaciones del Portarró se ha conservado y mantenido para el servicio del Parque:
desde la carretera hasta el Estany Llong en la vertiente del San Nicolau y desde Espot hasta algo más arriba del Estany de San Mauricio en la vertiente del Río Escrita. La pista fue construida a principios de los años cincuenta.

Llegamos al final de nuestra ruta: la parada de taxis todoterreno que nos ahorrarán los últimos kilómetros de bajada hasta Boí. La memoria impregnada de cumbres, de bosques, de torrentes.

Mientras esperamos que llegue un Land Rover, pienso en las casualidades: si aquellos carretes no se hubiesen velado, si aquellas fotos hubiesen salido bien en el primer intento quizá nadie hubiese escrito estas líneas.

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El teniente y aquella montañera unieron sus vidas, las unieron también con la montaña y tuvieron un hijo que, en el verano de 2013, empezó a escribir un blog.

viernes, 6 de septiembre de 2013

La comida procesada favorece el sueño

La comida procesada favorece el sueño o, dicho de otro modo, nos permite dormir con la conciencia tranquila. Y no, que nadie piense que está afirmación es fruto de una ingesta desmedida de uva procesada y fermentada. 

De todos es sabido que la culpa es mala compañera de Morfeo y más sabido aún que encontrar un culpable que alivie nuestro pecado es la mejor, más cómoda y más practicada fórmula de conciliar el sueño y reconciliarnos con nosotros mismos.

Así, poco contentos, más bien culposos de nuestras flacideces físicas e incluso anímicas, es preciso encontrar su porqué –el culpable- . Un severo veredicto con una concienzuda argumentación bioquímica halla un culpable de la desmesura de nuestros tejidos adiposos y de todos los males relacionados con la alimentación de nuestros días: la comida procesada. Podemos dormir, la culpa es de otro.

Y es que resulta más cómodo achacar nuestras curvas más molestas, nuestros triglicéridos y colesteroles, incluso los cambios de humor y la infertilidad a la ciencia artera que se practica en los laboratorios de las industrias alimentarias. 

Se cuentan por cientos los mensajes alertando de los males de la comida procesada. Un ejemplo: 10 cosas que las industrias de comida procesada no quieren que sepamos

 Nuestro estilo de vida ha cambiado: la incorporación –bienvenida- de la mujer al mundo laboral, la oferta de ocio, las tecnologías multimedia y de la comunicación, la sustitución del esfuerzo físico por el mecanizado, los medios de transporte… Todos conocemos cómo ha evolucionado el modo de vida, especialmente en el último siglo. Y claro, tanta mejora debía tener algún efecto secundario: no tenemos tiempo. Mucho menos si ese tiempo es para dedicarlo a los fogones. Es entonces cuando los viles métodos de la industria alimentaria aprovechando nuestra falta de tiempo moldean nuestras siluetas al estilo Botero y alteran nuestro equilibrio bioquímico.

Pero no, la peor flacidez que nos aqueja no es la abdominal, sino la mental. Claro que los alimentos precocinados o comida procesada no son los más saludables, como tampoco lo sería volver a los tiempos del cocido como alimento casi único. No es cuestión de demonizar un alimento que inicialmente está concebido para su consumo excepcional. El problema no es el uso sino el abuso, como en casi todo. Como tampoco es justo generalizar, pues de todo hay en la oferta de alimentos precocinados.

Los alimentos procesados inducen la segregación de dopamina, afirman algunos artículos, una sustancia que genera nuestro organismo y que se asocia al placer, y por tanto producen adicción. Pues confieso que mis niveles de dopamina alcanzan cotas más elevadas con un cochinillo asado que con una lasagna precocinada y no por ello he generado ninguna adicción.

Los alimentos procesados tienen conservantes (afortunadamente), tienen glutamato monosódico, nitratos (como buena parte de la chacina de las mejores industrias cárnicas con Denominación de Origen), demasiadas calorías… Nada que en su justa medida pueda producir efectos adversos.

Los únicos efectos adversos del estilo de vida actual provienen de las horas de sillón, televisión y tablet que nos impiden pasar un rato en la cocina. Quizá no podamos dedicar las horas que nuestras madres y abuelas dedicaron a los fogones, pero son incontables las preparaciones que no requieren más de diez o quince minutos.

Y sí, el modo de vida ha cambiado: además de la falta de tiempo nos ha traído mayor poder adquisitivo, congeladores, máquinas programables que amasan, cocinan, baten, pican, sofríen, cuecen y, afortunadamente, no comen que es lo único que les falta. Y, por si fuera poco, en la tablet tenemos las recetas en vídeo por si leer es mucho esfuerzo. Pero dormiremos más felices sabiendo que el maligno en forma de alimento precocinado ha poseído nuestro abdomen.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Apuntes de unas breves vacaciones pirenaicas (II): Bosost e "Inés y la alegría"


“… hasta que llegamos a Bosost, un pueblo muy pequeño, muy hermoso, de calles empinadas y casas de piedra con tejados de pizarra, a orillas de un Garona joven e impetuoso como un cadete.Inés y la Alegría. Almudena Grandes.

Bosost ya no es tan pequeño pero sigue siendo hermoso, no todas sus calles son empinadas porque ha crecido por la zona llana cercana al río ni todas sus casas son de piedra con tejados de pizarra. El Garona sigue siendo joven e impetuoso, por él no pasa el tiempo.

Siempre que paso alguna temporada por el Pirineo Catalán es obligada una visita al Valle de Arán: la cosmopolita Viella, Unha y su olla aranesa y los paisajes justifican con creces las curvas de La Bonaigua.
Y ya cumplida la visita de este año, casi a punto de iniciar el regreso, un cartel indicador parece tirar de nosotros en otra dirección. Bosost.

Hace algunos meses que leí Inés y la Alegría de Almudena Grandes. Una novela que habla de “la historia inmortal y el amor de los cuerpos mortales”. La escritora rescata del olvido el intento de invasión del Valle de Arán que, en 1944, protagonizaron guerrilleros republicanos. Para unos, el último hecho de armas que tuvo lugar después de la Guerra Civil y para otros, un fugaz epílogo, un punto final quimérico y definitivo. "129, algunos más o muchos menos, los soldados de la UNE que no lograron salir vivos de Arán, murieron para que nadie lo sepa - escribe Almudena Grandes - La Historia con mayúsculas de los documentos y los manuales los ha barrido con la escoba de los cadáveres incómodos".

Buena parte de la novela transcurre en Bosost y no resistí la tentación de imaginar a Inés, a Galán o a Comprendes en las calles reales del pueblo. Si un encanto de la lectura es imaginar lugares y personajes de la mano del autor, también lo es colocar la acción en lugares conocidos.

Hoy Bosost es un animado centro turístico y comercial que poco debe tener que ver con el pequeño pueblo de 1944. Sin embargo pasear por el lugar invita a imaginar.

Invita a imaginar e invita a reflexionar. A reflexionar sobre cómo se escribe la historia, a reflexionar sobre las últimas décadas en España.

El intento de invasión del Valle de Arán no figura en la mayoría de los libros de historia y, sin embargo, fue un hecho relevante: supuso el adiós definitivo a cualquier intento de “reconquista” republicana, no por la relevancia militar en sí misma, sino porque evidenció la postura del bando aliado al final de la Segunda Guerra Mundial con respecto al régimen del General Franco. Muchos esperaban que tras la derrota de los regímenes fascistas, la Guerra terminaría con la ayuda aliada al restablecimiento de la República. La invasión del Valle de Arán debía ser el inicio de una reconquista apoyada por los ejércitos aliados. Nada de eso sucedió. Y a nadie interesaba que este hecho figurase en la historia oficial y hoy, de no ser por Inés y la alegría, es posible que para muchos siguiese siendo un hecho desconocido.

Cientos de pantalones cortos y camisetas de todos los colores se mueven con una banda sonora de clics de cámaras fotográficas, compitiendo en color con el mosaico de mil marcas de bebidas espirituosas alineadas en los escaparates. Cuesta superponer una imagen gris con banda sonora de película bélica y miseria. Cuesta imaginar que allí mismo, no hace tanto tiempo, faltaba el sustento y sobraban balas.

El contraste entre los dos escenarios, el que cuesta imaginar y no por ello fue ficción y el que ven nuestros ojos, nos habla del mayor periodo de paz y crecimiento económico y social que ha tenido España a lo largo de su historia. Uno sabe que pertenece a la única generación española que no ha vivido una guerra y que no ha conocido el hambre. Y mientras otros bailotean sobre la delgada línea que separa la reforma necesaria de la destrucción inmoral e irresponsable, uno espera que el baile no degenere en danza macabra.

domingo, 1 de septiembre de 2013

El maridaje: uno más uno no siempre es igual a dos

Aunque nunca se me han dado bien las matemáticas, siempre he tenido claro que uno más uno son dos. Lo he tenido claro hasta la cena del día 29 en Los Santos de Maimona.

Cuando uno es un cocinero vocacional y creativo y el otro uno es un bodeguero de tradición y apasionado, uno más uno no son dos sino un número muy grande, de esos que tienden a infinito. Cuando en la suma intervienen pasiones y buen hacer y, además, se trata de vino y cocina, las matemáticas no pueden explicar el resultado y se produce la explosión.

Y es que cada vez que se descorchaba una botella de Bodegas Toribio y se abrían las puertas de las cocinas de Las Barandas surgía con delicada violencia una cascada de sensaciones, aromas, sabores, texturas y colores. Cada plato y cada vino brillaron con luz propia.

La unión de las pasiones y el buen hacer de Fernando Toribio y Manuel Gil nos regalaron una cena memorable: ocho vinos y ocho platos. Cada plato cocinado con el vino que lo iba a acompañar. Un minucioso ensamblaje de los fogones de Manuel con los vinos de Fernando. Cocina que se mueve entre la modernidad y la tradición y vinos con diseños actuales que no olvidan lo mejor de sus raíces. Y, sobre todo, amor al vino y a la cocina.

Una cena que no solo fue deleite, sino también, una demostración de las calidades que puede ofrecer Extremadura. No cabe más que desear un gran éxito a la gama de vinos Torivín y al restaurante Las Barandas.