miércoles, 4 de septiembre de 2013

Apuntes de unas breves vacaciones pirenaicas (II): Bosost e "Inés y la alegría"


“… hasta que llegamos a Bosost, un pueblo muy pequeño, muy hermoso, de calles empinadas y casas de piedra con tejados de pizarra, a orillas de un Garona joven e impetuoso como un cadete.Inés y la Alegría. Almudena Grandes.

Bosost ya no es tan pequeño pero sigue siendo hermoso, no todas sus calles son empinadas porque ha crecido por la zona llana cercana al río ni todas sus casas son de piedra con tejados de pizarra. El Garona sigue siendo joven e impetuoso, por él no pasa el tiempo.

Siempre que paso alguna temporada por el Pirineo Catalán es obligada una visita al Valle de Arán: la cosmopolita Viella, Unha y su olla aranesa y los paisajes justifican con creces las curvas de La Bonaigua.
Y ya cumplida la visita de este año, casi a punto de iniciar el regreso, un cartel indicador parece tirar de nosotros en otra dirección. Bosost.

Hace algunos meses que leí Inés y la Alegría de Almudena Grandes. Una novela que habla de “la historia inmortal y el amor de los cuerpos mortales”. La escritora rescata del olvido el intento de invasión del Valle de Arán que, en 1944, protagonizaron guerrilleros republicanos. Para unos, el último hecho de armas que tuvo lugar después de la Guerra Civil y para otros, un fugaz epílogo, un punto final quimérico y definitivo. "129, algunos más o muchos menos, los soldados de la UNE que no lograron salir vivos de Arán, murieron para que nadie lo sepa - escribe Almudena Grandes - La Historia con mayúsculas de los documentos y los manuales los ha barrido con la escoba de los cadáveres incómodos".

Buena parte de la novela transcurre en Bosost y no resistí la tentación de imaginar a Inés, a Galán o a Comprendes en las calles reales del pueblo. Si un encanto de la lectura es imaginar lugares y personajes de la mano del autor, también lo es colocar la acción en lugares conocidos.

Hoy Bosost es un animado centro turístico y comercial que poco debe tener que ver con el pequeño pueblo de 1944. Sin embargo pasear por el lugar invita a imaginar.

Invita a imaginar e invita a reflexionar. A reflexionar sobre cómo se escribe la historia, a reflexionar sobre las últimas décadas en España.

El intento de invasión del Valle de Arán no figura en la mayoría de los libros de historia y, sin embargo, fue un hecho relevante: supuso el adiós definitivo a cualquier intento de “reconquista” republicana, no por la relevancia militar en sí misma, sino porque evidenció la postura del bando aliado al final de la Segunda Guerra Mundial con respecto al régimen del General Franco. Muchos esperaban que tras la derrota de los regímenes fascistas, la Guerra terminaría con la ayuda aliada al restablecimiento de la República. La invasión del Valle de Arán debía ser el inicio de una reconquista apoyada por los ejércitos aliados. Nada de eso sucedió. Y a nadie interesaba que este hecho figurase en la historia oficial y hoy, de no ser por Inés y la alegría, es posible que para muchos siguiese siendo un hecho desconocido.

Cientos de pantalones cortos y camisetas de todos los colores se mueven con una banda sonora de clics de cámaras fotográficas, compitiendo en color con el mosaico de mil marcas de bebidas espirituosas alineadas en los escaparates. Cuesta superponer una imagen gris con banda sonora de película bélica y miseria. Cuesta imaginar que allí mismo, no hace tanto tiempo, faltaba el sustento y sobraban balas.

El contraste entre los dos escenarios, el que cuesta imaginar y no por ello fue ficción y el que ven nuestros ojos, nos habla del mayor periodo de paz y crecimiento económico y social que ha tenido España a lo largo de su historia. Uno sabe que pertenece a la única generación española que no ha vivido una guerra y que no ha conocido el hambre. Y mientras otros bailotean sobre la delgada línea que separa la reforma necesaria de la destrucción inmoral e irresponsable, uno espera que el baile no degenere en danza macabra.

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