lunes, 11 de noviembre de 2013

Ante la depresión

Juan Antonio Vallejo Nágera fue psiquiatra, escritor de ensayo y novela y pintor naif. Para unos fue generador de libros exitosos y para otros, gran divulgador. Recuerdo con agrado Locos egregios y Yo, el rey, pero no lo cito para analizar su obra, que sería pretencioso y atrevido por mi parte, sino para pedir disculpas por plagiar el título de uno de sus libros: Ante la depresión.

Y es que no encontraba mejor título para este artículo fruto de un repaso a la corta andadura de este blog. Reviso cada uno de los artículos y en buena parte encuentro contenido crítico, muchas veces no exento de negatividad. Y ni mucho menos se trata de hacer acto de contrición: el blog nació para compartir opiniones y vivencias y los tiempos que corren me han llevado por esos derroteros sin que en ningún momento me haya abandonado el deseo, cada día mayor, de compartir ocurrencias más alegres. Porque de eso estamos muy necesitados: de alegría y más aún que de alegría, de optimismo.

Para salir de esta crisis, dicen, hacen falta reformas y no creo que pueda ponerse en duda. Otro asunto es la orientación de las reformas. También hacen falta emprendedores, sobre todo, muchos emprendedores: eso sí que da para un artículo entero y de los largos, así que aparco el tema. Sin embargo no escucho que haga falta optimismo, no escucho mensajes sobre las actitudes necesarias para transitar con éxito el duro camino que nos queda por recorrer. Porque de duro camino y de primera persona del plural sí que escucho mensajes.

Pero una sociedad sumida en la melancolía, una sociedad ante la depresión lo tiene mucho más difícil. La depresión es un trastorno que se caracteriza por sentimientos de abatimiento, infelicidad y culpabilidad; provoca incapacidad para disfrutar de los acontecimientos de la vida cotidiana y suele presentar un agotamiento que se ve reflejado en la falta de interés hacia uno mismo o incluso en desidia para la productividad. Del mismo modo que se habla de las inteligencias colectivas y del mismo modo que los grupos presentan comportamientos propios, se me ocurre que una sociedad pueda estar deprimida o ante la depresión, aunque la definición científica de este trastorno se refiera solamente al individuo.

Buenos días ¿qué tal?” Un saludo convencional al que respondíamos con el no menos convencional “Muy bien ¿y tú?” aunque estuviésemos con una gripe de caballo o el coche nos hubiese regalado un imprevisto de los que dejan la cuenta bancaria si aliento. Sin embargo, parece que se van modificando las respuestas y el tradicional “Muy bien” ha evolucionado a “Buenoooo”, “Mmmm… No me puedo quejar” o “Para la que está cayendooo… bien”. Y es que comienza a invadirnos cierto pudor que nos impide decir “Muy bien”. Unas veces es esa especie de pudor; otras, es que hemos escuchado las noticias a primera hora de la mañana y resulta difícil remontar el ánimo. Merece la pena observar los saludos, en la tienda, en la barra del bar, en la calle: el optimismo está pasando de ser un valor a ser un signo de ostentación.

Esta crisis que comenzó como una desaceleración de la economía está durando demasiado, más de lo que una sociedad puede soportar sin que afecte a su comportamiento. Pero no es sólo un problema de tiempo: son los brotes verdes, los comienzos de recuperación, las luces al final del túnel, los recortes envueltos en reforma estructural, la pérdida de derechos con barniz de flexibilidad… No sólo es un problema de tiempo, es un problema de falta de confianza. Y he omitido conscientemente la corrupción: eso tan sólo es la guinda de un pastel demasiado indigesto.

Churchill ofreció la victoria en la II Guerra Mundial y prometió sangre, sudor y lágrimas y el pueblo sangró en los frentes, sudó en las fábricas y lloró bajo las bombas. Simplemente ni mintió ni utilizó eufemismos.

Aunque hoy sea poco popular decirlo, sigo manteniendo un cierto respeto, a veces admiración, por quienes dedican su vida a la política, comparta o no sus ideas. Y justo es reconocer que desde 2007 no ha sido precisamente fácil el ejercicio del gobierno en España. ¿Era preciso tomar decisiones impopulares? Sin duda. ¿Podían haber sido diferentes? Probablemente. Pero, en cualquier caso, las formas son importantes. Igual que siempre será mejor atendido “Un café, por favor” que ladrar “¡Un café!” Las formas importan, cimentan la convivencia: en la empresa, en la calle, en la familia y, desde luego, en el estilo de comunicación de los gobiernos. Hay sonrisas que enamoran, sonrisas que cautivan y sonrisas que insultan, como las que tantas veces hemos visto en las bancadas del Congreso y en ruedas de prensa y entrevistas cuando se han anunciado reformas muy duras para la ciudadanía.

Es posible, me faltan argumentos tanto para creerlo como para discutirlo, que el final de la crisis se otee en el horizonte. Siempre se avista tierra antes desde el palo mayor y el puente de mando que desde la cubierta. Quienes estamos en la cubierta y bajo ella sólo podemos creer. El optimismo y el trabajo de la marinería son imprescindibles para arribar a buen puerto y eso se consigue cuando se transmite confianza.

Es posible que se estén dando los factores macroeconómicos necesarios para que se inicie la recuperación, también parece -y cierto es que nos lo han avisado- que falta bastante para que esa tendencia se transmita a la economía real -cuesta no caer en el chiste fácil y preguntar si, por contraposición, lo que ahora comienza a ir bien es la economía irreal-. Pero para que esa recuperación realmente se active, además de generar confianza en los mercados, ¿no será necesario generar confianza en la sociedad?

Los gobiernos, además de tomar las decisiones estructurales y económicas que sean precisas, también deberían asumir la responsabilidad de generar confianza en la sociedad, aunque sea con sangre sudor y lágrimas. El optimismo es necesario para remontar los momentos difíciles. Y eso no lo están consiguiendo. Quizá, entre tanta reforma privatizadora, entre tanta delegación de responsabilidades gubernamentales en la ciudadanía, también la generación de optimismo se haya delegado exclusivamente en la ciudadanía. Y así el optimismo podrá volver, sin duda volverá, pero no la confianza.

Me cuesta creer en una recuperación sin una sociedad que confíe en sus gobiernos, en una recuperación con una sociedad ante la depresión, sin optimismo. Y en caso de que así sucediese, entonces no es la recuperación que quiero.

1 comentario:

  1. Ya ves Jaime, tu, melancólico vitalista. Ya ves, amigo, yo infundiendo actitud combativa, entusiasta, optimista, por esos cursos que el universo o quien fuere, tiene a bien poner en mi camino. De la depresiòn se sale cambiando la bioquìmica del organismo, su actitud e iluminado con esperanza los pensamientos. Y eso es lo que necesitamos. Y el polìtico que nos de esa inyecciòn de esperanza viable, de lucha certera, ese polìtico, tiene futuro.

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