miércoles, 28 de agosto de 2013

Secuencias matutinas

Mérida, 7:57 horas, en la puerta de la oficina. En las mañanas de finales de agosto el sol está perezoso; quizá, cansado de tanto tostar cuerpos y dorar campos de cereal, ansía el descanso otoñal. A las ocho de la mañana sus rayos aún no han acabado de romper la penumbra en las calles.

Una rutina gris con olor a sábanas y café con leche parece envolver a los pocos transeúntes que tímidamente van despertando la calle.

Setenta y tantos años de trajín envueltos en una piel que no los disimula pasean un yorkshire. Unas barras de pan cruzan la calle abrazadas por un bata de guata. Un motor se queja y unos pasos rápidos caminan hacia alguna oficina. Una mirada que parece contar las baldosas de la acera camina bajo un pelo que se acuerda de la ducha. Una secuencia con pocas variaciones. Habitantes de una calle que despierta con movimientos ensayados.

A veces la secuencia se altera.

Un movimiento fluido, silencioso, limpio: una mujer, cuarenta y pocos años bien llevados sobre una bicicleta; tres o cuatro metros, una niña pedalea; apenas dos metros, un hombre también pedalea y tras él, en un transportín, otra niña, más pequeña.

A veces la secuencia se altera. Y se altera con una canción alegre y limpia. Con una canción que tiene letra de futuro, de un futuro mejor. De un futuro que habla de ciudades con otro guión. De calles con una secuencia con más color y menos gris.


Buenos días.

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