jueves, 1 de agosto de 2013

¿Un nuevo Nuremberg?

No hace muchos días la prensa, con entusiasmo variable según qué prensa, publicaba que las auditorías practicadas por Deloitte a las cajas de ahorro españolas tenían presuntos errores. Hay quienes, incluso, califican de fiasco esas auditorias.

Me viene a la memoria que hace unos meses Olivier Blanchard, economista jefe del Fondo Monetario Internacional, reconocía el “error” de exigir recortes a Europa.

Y mientras tanto, el desempleo se mantiene (al margen de coyunturas estacionales), buena parte del estado del bienestar se desmorona y, por primera vez desde que existe la  Encuesta Anual de Coste Laboral elaborada por el Instituto Nacional de Estadística, el coste neto por trabajador ha disminuido. Crecen las grandes fortunas y aumenta el consumo de bienes de lujo.

Y uno que es dado a comparar y relacionar hechos pasados, afición que debe ser poco compartida en los entresijos del poder, se acuerda de Churchill, de Keynes y de Nuremberg.

Uno se acuerda de Churchill porque poco antes de la Conferencia de Yalta dijo que no se podía repetir otro Versalles y que deberían sentarse las bases para una Europa en paz. Y esas bases pasaban por una Europa sin desigualdades sociales acusadas. Porque la II Guerra Mundial no solo fue conflicto de origen territorial. Las enormes desigualdades sociales existentes propiciaron ideologías extremas que originaron dictaduras sin las cuales la historia probablemente hubiese sido distinta.

También uno se acuerda de Keynes porque el estado del bienestar es algo  más que el resultado de una teoría económica. Incluso es algo más que justicia social y redistribución de la riqueza: es un contrato social que mitiga la desigualdad y facilita la convivencia pacífica. Es, en cierto modo y dicho sea sin mucho rigor, la respuesta “sosegada” al conflicto capital-trabajo.

Y, por último, uno se acuerda de Nuremberg porque en esta ciudad nació la justicia internacional y el concepto de crímenes contra la humanidad.

Los errores de Deloitte y del Fondo Monetario Internacional son negligencias con consecuencias graves para la sociedad. Pero no son las únicas.

Los gobiernos y los bancos centrales han mantenido desde los años 70 y muy especialmente durante la década precedente al estallido de las subprime y la crisis económica posterior una laxa política monetaria por no decir una absoluta permisividad.

Los estados y, por tanto, los gobiernos tienen la responsabilidad del bienestar de los ciudadanos y para ello ostentan el monopolio de la coerción legítima. Son proteccionistas -no nos dejan ir a más de 120 kilómetros por hora para que no nos matemos- pero sí han permitido un endeudamiento desmedido y peligrosas estrategias financieras que conducían a un extremo riesgo de liquidez. Las consecuencias las conocemos.

Si la negligencia está tipificada como delito ¿no parece que podría pensarse en un nuevo Nuremberg?

Salvo que se piense que Nuremberg fuera la gran escenificación de la relación entre poder y justicia internacional -¿Hiroshima, Gulag, Dresde…?-, en cuyo caso hoy sería (es) impensable un juicio al sistema financiero y a la responsabilidad subsidiaria de los gobiernos: ¿quién juzgaría?


Mal empieza este blog que nacía con vocación optimista.

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