jueves, 24 de octubre de 2013

Virtudes patrias (I): las herencias recibidas

Mucho se ha hablado a lo largo de la gestión de esta crisis económica que nos azota sobre la necesidad de acometer reformas. Reformas de todo tipo: estructurales, laborales, fiscales, de la banca, del sistema de pensiones y de todo aquello que de alguna forma tenga que ver con el entramado económico del país. Sobre cómo se hayan llevado a cabo y sobre su repercusión social habría mucho que hablar, pero no es eso lo que hoy inspira estas líneas.

Ha amanecido lloviendo, el otoño por fin parece querer barrer los restos del verano. El otoño tiene fama de estación triste pero es, sin embargo, una estación con sabor a comienzo, a buenos propósitos: se acaba el letargo estival, porque en estas latitudes el letargo es más estival que invernal, comienza el curso, aparecen los coleccionables por fascículos y se inician planes, muchos planes. Y este año, además, el otoño comienza con anuncios de recuperación económica. Unos se lo creen más que otros; unos lo atribuyen a las reformas emprendidas, otros no. 

Estos días lluviosos, íntimos invitan a la reflexión. Y entre los augurios de recuperación y la lista de reformas emprendidas me pregunto si alguien se acordado de la reforma de las actitudes. Porque Lehman Brothers, Bankia, el ladrillo, los activos tóxicos, las subprime, su prima -la de riesgo- y demás familia han sido como de casa: a todas horas presentes en todas las pantallas, de la televisión, del Facebook y del smartphone, en las conversaciones del café y de las cañas y quizá en alguna más. Tan presentes han estado que quizá nos hayan hecho olvidar que de tarde en tarde hay que mirarse en el espejo y no para repasar el orden de los cabellos, sino para mirarnos a los ojos y repasar el orden de las actitudes.

Y me pregunto si alguien se ha acordado de la reforma de las actitudes porque por muchas reformas estructurales que hagamos, mientras no cambiemos algunas de las conductas con las que afrontamos el devenir de nuestros días, España alcanzará la ansiada recuperación porque todas las tormentas pasan, pero nunca será ese país que todos deseamos. Nunca podrá medirse con esas democracias que están en la mente de muchos.

Los españoles somos generosos, heroicos a veces, solidarios, alegres, hospitalarios, imaginativos: somos un gran pueblo, dicho sea sin sombra de ironía. Pero al igual que Rodrigo Díaz y el hidalgo Alonso Quijano están en nuestro imaginario, también lo están Lázaro, don Pablos y la sociedad de Vetusta. Cara y cruz.

Haremos reformas estructurales, sí, pero si mantenemos nuestros hábitos picarescos, la maledicencia, la envidia y otras virtudes patrias, amén de nuestra particular manera de interpretar lo fiscal y lo político, difícilmente llegaremos a los estados de bienestar social tan deseados y admirados. 

Cada una de nuestras características del lado oscuro daría para escribir no una página sino ciento. Pero en estos días, por motivos que no vienen al caso aunque algunos los intuyan, me llama particularmente la atención la gestión que hacemos del relevo o de la derrota y la victoria.

No deja de ser llamativo cómo cambia la conjugación –en lo que a persona se refiere- de los verbos según sean los resultados alcanzados: hemos ganado – han perdido. Y esto, más allá de la anécdota, indica una gran facilidad para desvincularnos del fracaso o de la contrariedad, con lo que conlleva de tendencia a eludir los esfuerzos colectivos para superar los resultados adversos.

Y tras cambiar el verbo de persona, la secuencia continúa con la búsqueda del culpable. Siempre se busca un culpable antes que analizar las causas de la contrariedad. Hallado el chivo expiatorio todo resulta más fácil aunque nunca lleguemos a saber qué ha ocasionado el fracaso.

Después, la limpia: todo lo anterior es necesariamente malo. Es preciso segar lo sembrado por el culpable sin reparar si en el sembrado todo es hierba fútil o si hay algunos feraces plantones.

Por último, la herencia recibida. Las dificultades, la debilidad y, a veces, la incapacidad se excusan con las herencias recibidas con la misma insistencia con la que los oficiales de las SS lo hicieron con la obediencia debida. Endeble liderazgo el que se construye desde el parapeto del pasado.

Y lo triste de esta caricatura de la muy hispana gestión de la derrota, la victoria o el relevo, no es la bajeza moral con la que en ocasiones se actúa, ni siquiera la debilidad que evidencia sino las consecuencias económicas y de obstáculo al progreso colectivo.

Este modus operandi tan nuestro conlleva dispendios en la destrucción y posterior creación de estructuras y procedimientos; un análisis deficiente o sesgado de los resultados adversos, clave de un futuro más halagüeño, y pérdida de conocimiento y capital humano. Algo que nuestras empresas, organizaciones e instituciones no deberían permitirse en aras del futuro próspero que deseamos tras este oscuro túnel que tan alto precio está costando a la sociedad española.

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